Cuando uno está acostumbrado a viajar, sabe que siempre es necesario partir algún día. Y como nada es más triste que marchar sin una despedida, y no hay cosa mas dolorosa que un adiós que no se dice, siento la responsabilidad de marchar de aquí tal y como llegué: agradecido.
Y aunque hoy tenga que teclear un adiós, tal y como hiciera en mis entrañables aventuras de Sudáfrica y Filipinas, espero que en algún momento el destino, durante este mi viaje hacia Ítaca, haga por encontrarnos de nuevo.
Porque el dolor de la separación, tal y como dijo Charles Dickens, no es nada comparado con la alegría de reunirse de nuevo y a la gratitud que siento por haber podido pertenecer a este club y a disfrutar de Sevilla; apasionada, dual, intensa, irracional, maravillosa, inspiradora, pasional, mágica y eterna.
Ya lo dijo Lucio Anneo Séneca: “No hay nada eterno y pocas cosas duraderas. Cada una es frágil a su modo, sus fines varían y, en suma, todo lo que tuvo principio ha de tener fin”. Y esta experiencia, como todas, consta de un un principio y un final. A pesar de que siempre me quedará el consuelo del recuerdo pues “La memoria de los placeres es más larga y más fiel que su presencia”. Cuanta sabiduría había detrás de este cordobés nacido el año 4 a.C… Hoy puedo decir que no me marcho triste porque esta aventura terminó, sino feliz porque sucedió. En días como el de hoy eres de los que olvidan sin decir adiós o de los que dicen adiós sin olvidar. Son los segundos los que me representan.
Dicen que siempre es más difícil que te dejen atrás que ser el que se va, que solo lo que se pierde es adquirido para siempre, que corto es al amor y largo el olvido, que no son los días lo que recordamos sino lo momentos, que quién inventó la distancia nunca sufrió el dolor del anhelo, que cada despedida es un encuentro que queda para más tarde, que partir es reencontrarse de nuevo, que las cosas más difíciles de decir son el primer hola y el último adiós, y que cuando más honda es la pena sentida más triste es la despedida.
Con el tiempo, en este trabajo, uno aprende a dominar el arte de la despedida, que no es otra cosa que un proceso que da comienzo cuando pronuncias tu primer “hola”. Porque La felicidad, en el momento de pronunciar un adiós, es directamente proporcional al legado que vas dejando con tu comportamiento día a día.
Desde que llegué, no hice otra cosa más que preparar esta despedida que, por otro lado, hubiera deseado fuese más tardía. De aquí me llevo el saber que nada conviene al hombre tanto como un gran espíritu, que a veces es más honesto ofender con la verdad que agradar adulando, pero que los tres filtros de Sócrates son necesarios.
Que la enfermedad moral no cae en el varón sabio, y que hay que sentir compasión con aquellos que con terquedad persiguen su particular venganza. Que el mayor impedimento para ser feliz son las expectativas que dependen del mañana, que jamás nadie restituirá tu tiempo perdido y que el arte de vivir se ha de aprender durante toda la vida. Que para ser feliz no necesito ambicionar grandes cosas, que el secreto no está en defenderse, sino en no sentirse atacado, y que las ofensas pierden valor cuando las llevas con ánimo alegre.
Que cada uno se ha de acostumbrar a vivir en su condición, olvidándose de la queja y aprovechando las ventajas de todo lo bueno que ofrece la vida. Pero sobre todo, estos han sido mis grandes aprendizajes: Que toda la vida es servicio (porque las personas más felices son aquellas que dan), que la opinión que más me importa es la de mi propia conciencia, y que la virtud más grande que uno puede tener es la de ser uno mismo. Marcho con el deseo de que lo dejo aquí, en el Betis y en Sevilla, esté a la altura de lo que me llevo (que ha sido mucho) y con la esperanza de que mi presencia haya merecido la pena.
Hoy digo adiós tal y como llegué: con alegría. No puedo más que sentirme eternamente agradecido por todas las muestras de cariño recibidas, así como por el respeto mostrado hacia mi persona y mi trabajo durante estos dos intensos y maravillosos años de mi vida. A la espera de un futuro lleno de incertidumbres, ilusiones y esperanzas, tan solo pido para mí, una pequeña parte de todo lo bueno que al Betis, con todo mi corazón, le deseo.
Desde Sevilla, Ciudad del Betis, como siempre con amor, mucho amor, el Tío Jon. Ese que algunos, solo algunos, conocen como Jon Pascua Ibarrola. Sueños grandes, expectativas moderadas y necesidades pequeñas: el secreto de mi felicidad. El fútbol, una vez más, no fue el fin sino el medio. Gracias con todo mi corazón. Nos vemos en el camino.
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