La amistad auténtica, la que descansa en los buenos deseos compartidos con los amigos, esa que hace que las buenas rachas, tal y como decía Marco Tulio Cicerón, resulten más brillantes y que, en cambio, las malas, sean más ligeras, al repartirlas y dividirlas. Estos últimos tres años nos dieron para multiplicar muchas alegrías, dividir alguna pena e incluso compartir unas cuantas lágrimas, ni que decir tiene que de felicidad.
Si bien no hubo igualdad de pareceres en todos los asuntos, divinos y humanos, la benevolencia y el cariño mutuo siempre otorgaron más valor a nuestras afinidades que a nuestras diferencias. No por nada la nuestra fue una relación de amistad surgida desde el amor que provoca apreciar la honradez del otro pues: “Nada que carezca de confianza es firme”, decía el jurista, político, filósofo, escritor y orador romano. “La amistad no puede existir si no es entre buenos hombres”, añadía.
“Es de vital importancia en una amistad sentirse igual a los inferiores, pero también los inferiores no deben dolerse de verse superados por los suyos en inteligencia y fortuna” escribió, el nacido en Arpino y decapitado en las calles de Roma, en «Laelius de Amicitia» (Lelio de la Amistad); su tratado filosófico sobre la amistad escrito nada menos que 44 a. C. a petición de su amigo Ático.
En honor a su escrito, puedo afirmar que durante estos tres últimos años tuvimos la oportunidad de aconsejar y el privilegio de ser aconsejados, dándonos siempre los consejos con tacto y no con aspereza, y recibiéndolos con paciencia y nunca con rechazo. Seguramente porque nunca tuvimos la necesidad de estar de acuerdo en todo más que en aquello que considerábamos importante. Y lo importante, además de lo humano, eran el balón, la determinación y la fidelidad al estilo y a la idea.
Dicen que la vida es como un viaje en tren, que algunos comienzan el viaje junto a ti, otros se suben a mitad del camino, muchos se bajan antes de llegar, pero que muy pocos son los que permanecen hasta el final, y que unas veces eres el que se queda atrás y otras el que se va. Es cierto. «Llévate solo los recuerdos, deja solo tus huellas» dijo el Jefe Seattle, líder de las tribus amerindias suquamish y duwamish.
Pero el tiempo y mis viajes me han enseñado a tener presente, tal y como dice una famosa canción; «que el estar ausente no anula el recuerdo, no compra el olvido, ni nos borra del mapa», que no son los días lo que recordamos sino los momentos, y que en cada partida y en cada adiós se ocultan una bienvenida y un futuro reencuentro. Decir adiós siempre es motivo de tristeza, aunque también es cierto que trae consigo la alegría de vivir nuevas aventuras y experiencias. Y por aquello de que la gratitud (la memoria del corazón según Lao Tse) en silencio ni sirve de nada y ni sirve a nadie, es justo y noble que exprese mi agradecimiento; sobre todo porque los que dan y no se acuerdan se merecen que los que reciben nunca olviden.
Querido Eder Sarabia, no puedo más que estar agradecido por todo lo aprendido durante este maravilloso viaje. Estuvimos muy cerca de cumplir tu sueño pero el destino es tan sabio que no permitió que lo hiciéramos para otorgarnos, en un futuro, la oportunidad de encontrarnos de nuevo. Cada día que pasa es un día menos para ese reencuentro. Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo. Mientras, desde la lejanía, seguiré observando orgulloso al auriga que guía con mano firme el carro tirado por los dos caballos alados.
Estimado Fran Soto, gracias por compartir tu bondad, tu calma, tu paciencia, tu amabilidad, y por todo lo bueno que me has y nos has aportado desde la paz y la generosidad. Ha sido mucho, tanto como «love is in the air». Y a ti, Don Enrique Setién Solar, gracias por otorgarme la oportunidad de alcanzar un sueño que por momentos me parecía una ilusión y un espejismo. Gracias por tu honradez, integridad, por tu cercanía y tu humildad, pero sobre todo gracias por haberme dado la oportunidad de escribir un adiós sintiéndome orgulloso de haber trabajado a tu lado y no para ti sino contigo. Para nosotros el ser humano siempre antes que Dios y la ética por encima de la religión.
Queridos amigos, no pude haber tenido mejores compañeros de viaje. Ítaca fue muy generosa conmigo. Me regaló una nueva y auténtica familia. Gracias a todos por estos tres maravillosos años de un trayecto que ha cambiado mi forma de entender el fútbol, la portería e incluso el rumbo de mi vida. Nos vemos en el camino pues estoy seguro que Ítaca, durante el viaje, hará por cruzar nuestros destinos de nuevo. Y lo hará, tal y como dijo Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejército del norte, general de las Legiones Félix y leal súbdito del emperador Marco Aurelio: en esta vida o en la próxima. Love will find a way.
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