Cuantas veces hemos escuchado y leído la famosa expresión de los “valores del fútbol y del deporte”, como una especie de afirmación de que estos estuvieran directamente asociados al llamado «deporte rey» y a la actividad física.
El tópico, sin duda alguna, algo de razón lleva, aunque tan solo sea por aquello de otorgarle el beneficio de la duda. Pero la realidad es que los valores, sí, los valores, jamás fueron del fútbol, y ni tan siquiera del deporte. Los valores son de uno, del que los practica, convive con ellos, los comparte, traslada y los fomenta, sean en la actividad y entorno que sean.
Después de unos cuantos años en este “negocio” llamado fútbol, uno no tiene ya ni edad, ni tiempo, y cada vez menos ganas, para hacerse trampas al solitario y pintar de blanco todo lo que vive y observa.
Y si tengo que ser sincero debería decir que hace unos cuantos años, cuando no me dedicaba profesionalmente a este deporte, la ignorancia (en referencia al poco conocimiento que tenia del fútbol profesional) me hacía disfrutar más y mejor de este trabajo. Si los valores fueran del fútbol, algo que a todos los que nos dedicamos a este trabajo nos apasiona, no habría tantos conflictos ni luchas de poder y de egos. Me llama la atención la insatisfacción y la poca felicidad que he visto en muchos entornos futbolísticos a pesar de que es algo vocacional, está más o menos (no para todos) bien pagado, y te ofrece la oportunidad de disfrutar de la sensación de no estar trabajando.
No nos engañemos. Los valores no son del fútbol ni del deporte, los valores son de cada uno. Los llevas allá donde tú quieras. Y normalmente lo haces (cuando puedes elegir) allá donde los compartes, pues no hay mayor condena que la de trabajar en un entorno en el que tus valores entren en conflicto con los de la entidad que te paga.
A menudo los valores, también nos quitan. Sobre todo a aquellos que pensamos que el fin no justifica los medios, y que “el éxito si no está conectado con el deseo real de ser uno mismo tiene un sabor amargo” (Pilar Jericó).
Y también para los que “la diferencia no radica en nuestro talento ni en nuestro conocimiento, sino el uso que hacemos de estos y en nuestra ética. Una ética que viene determinada por la persona que somos, y que es en definitiva el conjunto de valores y principios que representan nuestra esencia” (Patricia Ramírez y Pep Marí).
Y esta diferencia la marcan sobre todo los valores morales como el amor, el agradecimiento, la honestidad, la responsabilidad, la tolerancia y el respeto. De entre todos, el más importante es el primero, porque tan solo desde allí podremos ser capaces de dar y tener la oportunidad de poder recibir. Y porque del amor, en sus diferentes formas, nos surge la pasión que nos hace desarrollar todas nuestras capacidades y habilidades.
La pasión nos provoca conocimiento, eleva a otra dimensión nuestra motivación, que junto a la perseverancia y al afán de superación, impulsa nuestro compromiso e implicación y alimenta nuestro esfuerzo, convirtiendo la intensidad en una forma de vivir y sentir el entrenamiento.
Ilusión, entusiasmo, diversión y optimismo van de la mano, y todas ellas alimentan la creatividad, que no es otra cosa que nuestra habilidad para conectar cosas. Y tan solo puede ser así, de esta manera, cuando uno consigue aquello por lo que todos luchamos cada mañana en nuestros trabajos: el reconocimiento.
Que nada tiene que ver con el dinero y que no es otra cosa que generosidad y agradecimiento, por aquello de que «todo lo que das te lo das». Tal y como cito en la sección de “Sobre mí” del área de mi web:
Siembre estaré agradecido de poder acudir todas las mañanas a un trabajo que me apasiona y me hace feliz. La ética, el esfuerzo, la constancia y sobre todo la honradez, valores todos ellos que me inculcaron en mi familia, han sido, son y serán siempre un pilar fundamental tanto en mi desarrollo personal como en el profesional que a menudo, por no decir casi siempre, van de la mano.
El tiempo me ha ido enseñando que el mundo del fútbol no es tal y como yo pensaba, que es más complicado de lo que parece, y que a menudo hay que sobrevivir más que vivir. En el poco tiempo que llevo dedicándome a este deporte, he pasado de ser un idealista a ser realista.
Con el tiempo he aprendido que la mayor de las virtudes que uno puede tener en este mundo es la de saber adaptarse, pero nunca a costa de perder los principios y valores sobre los cuales nos educaron.
Pues más que “tal y como aprendimos a vivir así entrenamos”, yo diría que “tal y como nos enseñaron a vivir, así entrenamos”.
Considero que la mayor oportunidad que nos concede este trabajo es la de poder ayudar a alguien a conseguir sus objetivos, a cumplir sus sueños, adoptándolos también como parte de los nuestros en una especie de reto personal. Y sobre todo, el tiempo me ha enseñado, que «el fútbol no es el fin, el fútbol, es el medio».
Por esto y por todo, los valores no son del deporte, son de las personas. Y nos definen no por nuestras palabras, sino por nuestros actos. ¿La frase del día de hoy? “Dime qué haces, cómo lo haces y por qué lo haces, y te diré quién eres”.
Jon Pascua Ibarrola – Entrenador de porteros de fútbol
El video que acompaña el artículo es un fiel reflejo de lo que son para mí los valores trasladados al mundo de la portería, y la mayor de las razones por las cuales me sigue apasionando este trabajo.
Los valores se viven, disfrutan (a menudo también se sufren), inculcan y comparten. Son nuestro legado más preciado, inviolables e inquebrantables. Tal y como decía Javier Iriondo: «Puedo perder mis bienes, pero jamás me podrán arrebatar mi patrimonio, que son mi honor, mi dignidad y mis sueños, mi verdadero tesoro».
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